viernes, 13 de abril de 2018

Los cuentos de una vida, descanse en paz el maestro Pitol




Por Yamiri Rodríguez Madrid
Se fue el maestro Sergio Pitol. Se fue uno de los grandes de las letras iberoamericanas.  Hoy reproduzco, en su memoria, una de las varias espléndidas entrevistas que me dio.  Esta fue después de haber ganado el Premio Cervantes, uno de los muchos galardones que su fantástico talento le dio.
Seis años de su infancia pasó postrado sobre una cama a consecuencia del paludismo. Ahí Sergio Pitol Deméneghi aprovechó para conocer, para fascinarse, de los mundos que describían en sus páginas sus hasta hoy favoritos: la locura plasmada en los cuentos de Nikolai Mogol o la vida de los cosacos y moscovitas en los libros de León Tolstoi.
Muy similar a la vida de Niétoschka, un personaje de Fedor Dostoievski que vivió una infancia dura, Sergio Pitol perdió a su madre a los cuatro años, después a su padre y a su hermana, y aunque la vida parecía no sonreírle, 73 años después es uno de los máximos exponentes del mágico realismo latinoamericano, es el ganador del Premio Cervantes 2005.
¿Hizo suya la literatura o ella lo hizo a él?
Han pasado 45 años desde que el escritor puso punto final a su cuento “Cuerpo presente” allá en Roma y en todas esas décadas ha logrado que las peripecias de esos estudiantes, hombres de negocios y cineastas que ha parido a través de su pluma, hicieran de él un escritor de culto.
El “maestro” ha dicho una y otra vez que los claroscuros de su niñez allá en Potrero, han sido pieza fundamental en la trama de sus libros: una abuela, Doña Catalina Buganza, a la que nunca olvida y a la que evoca no sólo cuando los males físicos lo agobian sino que lo acompaña en sus momentos de alegría, como cuando el pasado mes de abril recibió el Premio Cervantes 2005.
Esas mismas vicisitudes que tuvo que enfrentar siendo muy niño fueron las que lo llevaron a convertirse en el escritor consumado que es hoy pues la enfermedad que lo recluyó, fue la misma que lo hizo descubrir su pasión por la literatura.
“Mi abuela vivía para leer todo el día sus novelas. Su autor preferido era Tolstoi. La enfermedad me condujo a la lectura; comencé con Verne, Stevenson, Dickens y a los doce años ya había terminado La guerra y la paz. A los dieciséis o diecisiete años estaba familiarizado con Proust, Faulkner, Mann, la Wolf, Kafka, Neruda, Borges, los poetas del grupo Contemporáneos, mexicanos, los del 27 españoles, y los clásicos españoles”, rememoró en su discurso ante los Reyes de España.
Tras los años difíciles Pitol Deméneghi se convirtió en abogado y filósofo y a los 27 años comenzó su vasta carrera diplomática que lo llevo a tierras tan lejanas como Belgrado, Varsovia, Roma, Pekín, París, Budapest, Moscú y Barcelona, mismas que le sirvieron de telón de fondo para sus relatos.
Él mismo cuenta que en Barcelona terminó de escribir “El tañido de una flauta”, en Varsovia se cortó “el cordón umbical” que lo unía con su infancia y en Praga tuvo un encuentro frontal con la parodia.
“Si es cierto que las pulsiones de la niñez nos acompañarán hasta el momento de morir, también lo es que el escritor deberá mantenerlas a raya, evitar que se conviertan en un candado para que la escritura no se transforme en cárcel, sino en reserva de libertades”.
Pero su carrera no solo ha brillado por sus creaciones literarias sino también por las impecables traducciones que ha hecho de Henry James o Anton Chejo; de “Las puertas del paraíso” de Jerry Morzejweski, y “Las excentricidades del cardenal Pirelli”, de Roland Firbank, “como lo hicieron en su tiempo, con otras obras, Jorge Luis Borges o Franz Kafka”.
Pitol nunca se casó, más escribió con éxito “La Vida Conyugal” -una de sus obras más representativas y que incluso recientemente fue traducida al chino-; eso si, tuvo muchos hijos, no de carne y hueso, sino de pasta y hojas.  Su favorito: “El Mago de Viena”.
“El que más me gusta es el último, que se publicó hace unos meses, que yo creo que ese libro fue fundamental para el jurado del Premio Cervantes, El mago del Viena; otro es El Arte de la Fuga”.
La lista es larga: Infierno de todos (1971), El tañido de una flauta (1973), Nocturno de Bujara (1981), Juegos florales (1985), El desfile del amor (1985), Domar a la divina garza (1988), Vals de Mefisto (1989), La casa de la tribu (1989), La vida conyugal (1991), Todos los cuentos más uno (1998) y Soñar la realidad (1998).
Sus obras más recientes son El viaje y Todo está en todas las cosas (2000), De la realidad a la literatura (2002), El mago de Viena (2005) y la selección Los mejores cuentos (2005).
Tras el premio equivalente al Nobel de la Literatura, Sergio Pitol se siente renovado para continuar con esa obra que por meses ha mantenido inconclusa, pero también preparado para recibir más reconocimientos que seguramente guardará junto con Premio Nacional de Novela de México (1973), el Xavier Villaurrutia (1981), el Premio Nacional de Literatura de México (1983), el Herralde de Novela (1985), el Premio Nacional de las Artes y Letras de México (1994), el Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (1999), el Premio Internacional Bellunesi che Hanno Onorato la Provincia la Provincia in Italia e nel Mondo (2000) o el Premio Nacional Francisco Javier Clavijero de México (2002).
“Recibir el Premio Cervantes fue maravilloso realmente, de calidad, de fraternalidad, algo mágico (…) Siento felicidad y gratitud pues los 50 años que llevo trabajando han dado frutos porque el Premio Cervantes es el premio más absolutamente importante de la lengua castellana”.
Mientras la tos se apodera de él –pues dice que en los últimos meses la bronquitis lo ha asolado-, admite que en 50 años que lleva dedicado al arte de escribir jamás se imaginó que fuera a recibir tan importante distinción.
“Jamás, jamás, jamás, ni siquiera en estos últimos meses o años que tengo mucho éxito y que soy muy conocido en el mundo, por mis traducciones y una cantidad de libros, no me hubiera yo imaginado.  Yo creo que este ha sido un año casi mágico”.
Tras el premio de cien mil dólares, el escritor va en busca de nuevas emociones, de refrescar viejas reminiscencias: aprovechó para recorrer viejos y míticos poblados españoles, para pasear por tierras chinas, para reencontrarse, con ternura, con el Pitol que a sus 24 años  se adentraba en el mundo de la literatura.
Bien lo cita en el prólogo de “Infierno de todos”: (…) regresar a los primeros textos exige del escritor adulto una activación de todas sus defensas para no sucumbir a las malas emanaciones acumuladas con el tiempo.  ¡Más valdría un voto de no dirigir nunca la mirada hacía atrás!”.
Hoy sabe que puede hacerlo sin vacilar, que esos primeros relatos que concluían casi siempre en demencia o muerte lo convirtieron en el hombre que es hoy: el tercer mexicano en recibir el Premio Cervantes (Carlos Fuentes lo obtuvo en 1987 y seis años antes Octavio Paz).
Oriundo de Puebla, pero veracruzano por adopción, ha hecho de Xalapa su hogar.  Pitol pudiera vivir en las tierras de Cervantes o en la fría Moscú si así quisiera, pero prefiere echar a volar la imaginación con un lápiz en la mano mientras observa como cae la tarde por esa ventana que da a la calle de Pino Suárez.
 Más de una década después, descansa en paz el maestro Pitol.
@YamiriRodríguez

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