Por Yamiri Rodríguez
Madrid
Se fue el maestro Sergio
Pitol. Se fue uno de los grandes de las letras iberoamericanas. Hoy reproduzco, en su memoria, una de las
varias espléndidas entrevistas que me dio.
Esta fue después de haber ganado el Premio Cervantes, uno de
los muchos galardones que su fantástico talento le dio.
Seis años de su infancia pasó
postrado sobre una cama a consecuencia del paludismo. Ahí Sergio Pitol
Deméneghi aprovechó para conocer, para fascinarse, de los mundos que describían
en sus páginas sus hasta hoy favoritos: la locura plasmada en los cuentos de
Nikolai Mogol o la vida de los cosacos y moscovitas en los libros de León
Tolstoi.
Muy
similar a la vida de Niétoschka, un personaje de Fedor Dostoievski que vivió
una infancia dura, Sergio Pitol perdió a su madre a los cuatro años, después a
su padre y a su hermana, y aunque la vida parecía no sonreírle, 73 años después
es uno de los máximos exponentes del mágico realismo latinoamericano, es el
ganador del Premio Cervantes 2005.
¿Hizo
suya la literatura o ella lo hizo a él?
Han
pasado 45 años desde que el escritor puso punto final a su cuento “Cuerpo
presente” allá en Roma y en todas esas décadas ha logrado que las
peripecias de esos estudiantes, hombres de negocios y cineastas que ha parido a
través de su pluma, hicieran de él un escritor de culto.
El
“maestro” ha dicho una y otra vez que los claroscuros de su niñez allá en
Potrero, han sido pieza fundamental en la trama de sus libros: una abuela, Doña
Catalina Buganza, a la que nunca olvida y a la que evoca no sólo cuando los
males físicos lo agobian sino que lo acompaña en sus momentos de alegría, como
cuando el pasado mes de abril recibió el Premio Cervantes 2005.
Esas
mismas vicisitudes que tuvo que enfrentar siendo muy niño fueron las que lo
llevaron a convertirse en el escritor consumado que es hoy pues la enfermedad
que lo recluyó, fue la misma que lo hizo descubrir su pasión por la literatura.
“Mi
abuela vivía para leer todo el día sus novelas. Su autor preferido era Tolstoi.
La enfermedad me condujo a la lectura; comencé con Verne, Stevenson, Dickens y
a los doce años ya había terminado La guerra y la paz. A los dieciséis o
diecisiete años estaba familiarizado con Proust, Faulkner, Mann, la Wolf,
Kafka, Neruda, Borges, los poetas del grupo Contemporáneos, mexicanos, los del
27 españoles, y los clásicos españoles”, rememoró en su discurso ante los Reyes
de España.
Tras los
años difíciles Pitol Deméneghi se convirtió en abogado y filósofo y a los 27
años comenzó su vasta carrera diplomática que lo llevo a tierras tan lejanas
como Belgrado, Varsovia, Roma, Pekín, París, Budapest, Moscú y Barcelona,
mismas que le sirvieron de telón de fondo para sus relatos.
Él mismo
cuenta que en Barcelona terminó de escribir “El tañido de una flauta”,
en Varsovia se cortó “el cordón umbical” que lo unía con su infancia y en Praga
tuvo un encuentro frontal con la parodia.
“Si es
cierto que las pulsiones de la niñez nos acompañarán hasta el momento de morir,
también lo es que el escritor deberá mantenerlas a raya, evitar que se
conviertan en un candado para que la escritura no se transforme en cárcel, sino
en reserva de libertades”.
Pero su
carrera no solo ha brillado por sus creaciones literarias sino también por las
impecables traducciones que ha hecho de Henry James o Anton Chejo; de “Las
puertas del paraíso” de Jerry Morzejweski, y “Las excentricidades del
cardenal Pirelli”, de Roland Firbank, “como lo hicieron en su tiempo, con
otras obras, Jorge Luis Borges o Franz Kafka”.
Pitol
nunca se casó, más escribió con éxito “La Vida Conyugal” -una de sus
obras más representativas y que incluso recientemente fue traducida al chino-;
eso si, tuvo muchos hijos, no de carne y hueso, sino de pasta y hojas. Su
favorito: “El Mago de Viena”.
“El que
más me gusta es el último, que se publicó hace unos meses, que yo creo que ese
libro fue fundamental para el jurado del Premio Cervantes, El mago del Viena;
otro es El Arte de la Fuga”.
La lista
es larga: Infierno de todos (1971), El tañido de una flauta
(1973), Nocturno de Bujara (1981), Juegos florales (1985), El
desfile del amor (1985), Domar a la divina garza (1988), Vals de
Mefisto (1989), La casa de la tribu (1989), La vida conyugal
(1991), Todos los cuentos más uno (1998) y Soñar la realidad
(1998).
Sus obras
más recientes son El viaje y Todo está en todas las cosas (2000),
De la realidad a la literatura (2002), El mago de Viena (2005) y
la selección Los mejores cuentos (2005).
Tras el
premio equivalente al Nobel de la Literatura, Sergio Pitol se siente renovado
para continuar con esa obra que por meses ha mantenido inconclusa, pero también
preparado para recibir más reconocimientos que seguramente guardará junto con Premio
Nacional de Novela de México (1973), el Xavier Villaurrutia
(1981), el Premio Nacional de Literatura de México (1983), el Herralde
de Novela (1985), el Premio Nacional de las Artes y Letras de México
(1994), el Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara
(1999), el Premio Internacional Bellunesi che Hanno Onorato la Provincia
la Provincia in Italia e nel Mondo (2000) o el Premio Nacional Francisco
Javier Clavijero de México (2002).
“Recibir
el Premio Cervantes fue maravilloso realmente, de calidad, de fraternalidad,
algo mágico (…) Siento felicidad y gratitud pues los 50 años que llevo
trabajando han dado frutos porque el Premio Cervantes es el premio más
absolutamente importante de la lengua castellana”.
Mientras
la tos se apodera de él –pues dice que en los últimos meses la bronquitis lo ha
asolado-, admite que en 50 años que lleva dedicado al arte de escribir jamás se
imaginó que fuera a recibir tan importante distinción.
“Jamás, jamás,
jamás, ni siquiera en estos últimos meses o años que tengo mucho éxito y que
soy muy conocido en el mundo, por mis traducciones y una cantidad de libros, no
me hubiera yo imaginado. Yo creo que este ha sido un año casi mágico”.
Tras el
premio de cien mil dólares, el escritor va en busca de nuevas emociones, de
refrescar viejas reminiscencias: aprovechó para recorrer viejos y míticos
poblados españoles, para pasear por tierras chinas, para reencontrarse, con
ternura, con el Pitol que a sus 24 años se adentraba en el mundo de la
literatura.
Bien lo
cita en el prólogo de “Infierno de todos”: (…) regresar a los primeros
textos exige del escritor adulto una activación de todas sus defensas para no
sucumbir a las malas emanaciones acumuladas con el tiempo. ¡Más valdría
un voto de no dirigir nunca la mirada hacía atrás!”.
Hoy sabe
que puede hacerlo sin vacilar, que esos primeros relatos que concluían casi
siempre en demencia o muerte lo convirtieron en el hombre que es hoy: el tercer
mexicano en recibir el Premio Cervantes (Carlos Fuentes lo obtuvo en 1987 y
seis años antes Octavio Paz).
Oriundo
de Puebla, pero veracruzano por adopción, ha hecho de Xalapa su hogar.
Pitol pudiera vivir en las tierras de Cervantes o en la fría Moscú si así
quisiera, pero prefiere echar a volar la imaginación con un lápiz en la mano
mientras observa como cae la tarde por esa ventana que da a la calle de Pino
Suárez.
Más
de una década después, descansa en paz el maestro Pitol.
@YamiriRodríguez
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