martes, 29 de julio de 2008

Recorriendo la esfera: Israel




Israel, la tierra prometida


Fotos: David Herrera (Guatemala)

Cuando uno dice que viajará a Israel la recomendación siempre salta: hay que cuidarse de los atentados terroristas. Los estereotipos a nadie gustan, mucho menos a las naciones. Nosotros mismos como mexicanos nos indignamos cuando escuchamos a un extranjero decir que todos usamos sombreros y jorongos o peor aun, que en todas las ciudades de nuestro país los asaltos y los secuestros están a la orden del día como en el Distrito Federal. Tampoco en ese país hay un ataque suicida en cada esquina.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de viajar a Tierra Santa para participar en el curso Formadores de Opinión en Zonas de Conflicto organizado por el Instituto Internacional para el Liderazgo Histradut -en un lugar llamado Beit Berl, a sólo 20 minutos de Tel-Aviv-, y aunque ahora reconozco que iba con un poco de temor, hoy mi visión de Israel cambió.
No sólo descubrí una nación próspera con gente que ama profundamente a su país y que trabaja día a día por hacerlo más grande, sino también surgió un amor más intenso por mi México, por Veracruz, pese a sus vicisitudes.

Un poco de Israel
En 1948 se creó el estado de Israel. 60 años después hoy se erige como una nación fuerte en todos los aspectos. Después de sobrevivir, literalmente, a la Segunda Guerra Mundial, su gente hizo suya esa pequeña extensión de tierra que desde tiempos bíblicos les pertenecía y a base de trabajo, la hizo florecer.
En la actualidad su población se estima en 7 millones de habitantes, de los cuales poco más de 70 por ciento son judíos, el resto lo conforma la población árabe, drusos y otras minorías.
Más allá de las cifras oficiales que desde cualquier computadora se pueden consultar, lo que a simple vista se puede apreciar es la prosperidad en la que viven y las acciones que sus gobernantes emprenden para propiciarla. Por mencionar unos cuantos ejemplos aquellas parejas de jóvenes que recién contraen matrimonio son apoyados con un departamento –que no se compara a los de interés social de nuestro país-, a un muy bajo costo.
En los ámbitos municipales –hay 63 municipalidades-, se alienta la creación de centros juveniles en donde los asistentes no sólo pueden recibir orientación y ayuda, sino que también pueden contribuir a evitar que chicos de su edad caigan en vicios aunque sus índices de drogadicción y alcoholismo son realmente bajos. Ni mencionar los niños de la calle: no los hay.
Llama la atención también los escasos embarazos precoses pese a lo liberal que puede ser la juventud en algunos puntos del país, aunque esto tal vez se propicie a que el tema del aborto no es un tabú como en la mayoría en los países de Latinoamérica.
La educación es fundamental para ellos por lo que aunque sus escuelas son públicas, su nivel de formación es de excelencia. Ahí están las universidades de Tel Aviv y Jerusalem, tan prestigiadas en el mundo.
Sus carreteras en nada se comparan a las nuestras, para empezar porque no son de peaje y en segundo término, porque no hay un solo bache ni ganado que se atraviese en el camino. Punto a nuestro favor, si nos sirve de consuelo, es que Israel es un país sumamente pequeño que en menos de tres horas se puede atravesar de punta a punta.
En política y gobierno pueden presumir de un régimen democrático, aunque tienen muchos más partidos políticos que en México, y al igual que nosotros, reciben financiamiento público: hay institutos políticos de izquierda (el Partido Laborista, Meretz o Jadash por mencionar algunos), de derecha (Likud), religiosos como el Shas, que defienden la legalización de la marihuana como el de la Hola Verde (Alé Iarok) y hasta a los maridos golpeados.
Cada cuatro años los miembros de la Knéset –lo que sería nuestro Congreso de la Unión-, son elegidos. De hecho, el pasado 28 de marzo, en medio de una serie de incidentes, entre ellos su primer ministro Ariel Sharon en coma en un hospital, llevaron a cabo elecciones, en las cuales el partido Kadima –centrista-, obtuvo el mayor número de curules, seguido por el Avoda y el Likut.
No sufren de inflación, deudas públicas ni devaluaciones. Su moneda, el shekel, equivale a poco más de 2 pesos con 50 centavos. La vida es barata, salvo que se quiera comprar un shampoo, un desodorante o algún artículo similar, pues cuestan 70 pesos los mismos que nosotros compramos por 30 pesos.
No se puede hablar de Israel sin hablar de religión pues es el origen del catolicismo, la tierra del judaísmo y centro importante para los musulmanes. En términos concretos: es la religión uno de los principales orígenes de la disputa.
Majestuoso como se erige el Domo de la Roca –mezquita del pueblo musulman-, bajo este se encuentra también un símbolo del catolicismo, y a un costado, custodiándolo, el muro de los lamentos.

El otro lado de la moneda.
Pero no se puede tapar el dedo con un sol. Es cierto, si bien no hay drogadicción, robos, secuestros o pandillerismo, hay un cáncer igual de malo: el terrorismo.
Lo mismo da a los fanáticos palestinos disparar a una escuela primaria en pleno recreo, que explotarse en un centro comercial a media tarde o en la parada de autobús ante un par de jóvenes soldadas todo por conseguir las vírgenes que su religión les promete en un cielo al que quien sabe si lleguen.
Los israelís han aprendido a vivir con esto, como lo ha hecho cualquier habitante de la ciudad de México. Siguen saliendo a las plazas comerciales, siguen mandando a sus hijos a las escuelas, continuando manejando en las autopistas y saliendo a bailar a bares y discotecas.
De ahí que justifiquen la construcción de enormes muros que los dividan de las ciudades palestinas como Belem o Kalkilia, o de la franja de Gaza y Jericó.
Las medidas de seguridad son extremas: si vas a un centro comercial te revisan el bolso y el cuerpo para que no cargues contigo explosivos. Me pasó a mi en más de dos ocasiones por tener un nombre árabe. Un largo interrogatorio en el aeropuerto que comenzó preguntándome la razón por la que llevo ese nombre, si había yo hecho sola mis maletas, si nadie me dio nada para llevar, o si tenía familia en la larga lista de los países árabes y que finalmente terminó en una exhaustiva revisión a mis maletas y que me quitaran los zapatos para cerciorarse de que en verdad no había tenido contacto con sus enemigos.
El problema se recrudecerá el próximo año pues el nuevo gobierno plantea una redefinición de sus fronteras. Los kasamis (misiles) desafiarán con más razón ahora a los kibutzim (comunidades que aún viven bajo el sistema comunista) y a los moshabs.

Imágenes de postal.
De este bosquejo yo me quedo con las imágenes inolvidables. La primera vez que llegue junto con mis compañeros de curso a Nazareth fue una emoción especial. Visitamos la Iglesia de la Anunciación, misma que está edificada sobre la cueva en la que el Ángel Gabriel se le apareció a la Virgen María para anunciarle que sería madre por obra y gracia del espíritu santo. En ese instante había misa de tres padres por lo que el sentimiento que nos provocó a mi compañero Fabián Loza de Ecuador y a mí no la pudimos ocultar.
Con Gustavo Rossi de Argentina, Paz González de Chile y Magda Quiñónez de Paraguay compartí el aire fresco del Mar de la Galilea, mismo donde pescó Jesús; vimos juntos las alturas nevadas del Golan que dividen a Israel y a Siria y entre muchas otras cosas más comimos deliciosos shaguarmas (pan de pita relleno de cordero) en el mercado árabe, acompañado de un delicioso té mientras a nuestro costado pasaban las musulmanas cubiertas del rostro o los pequeños judíos religiosos con sus kipas.
Hablando nuestro chileargentimexicparaguaecuatoriano, -lengua que inventamos-, recorrimos y nos perdimos gustosos por los rincones de la fría Jerusalem, nos estremecimos en el Muro de los Lamentos, no pudimos contener las lágrimas en el Santo Sepulcro, ni en el Museo del Holocausto.
Con Alejo Carvajal de El Salvador, Miguel Reyes de República Dominicana y Margarita Rojas de Colombia, baile la hermosa música árabe que nos ponía Walli en su bar que denominado la Torre de Babel, mientras que me desvelé innumerables noches fumando la narguile –pipa de origen turco-, con Jorge Benezra de Venezuela y José Luis Martínez de Uruguay.
Como grupo visitamos Masada, lugar donde Herodes edificó su palacio y se suscitó el primer suicidio colectivo de la historia; los 30 nos bañamos en el Mar Muerto y hasta los que no sabían nadar se sintieron realizados pues dada su salinidad pudieron flotar, no sin antes ponernos una mascarilla de lodo en todo el cuerpo.
Estuvimos en ciudades construidas en medio del Desierto del Negeb, todas ellas habitadas por jóvenes productivas; nos tomamos fotos en el tanque estacionado en la frontera de Gaza y volamos por todo el cierro de Israel gracias al patrocinio de Israel’s Project.
Con Osvaldo Bittar, de Paraguay, nos atrevimos a viajar en camión hasta el bello puerto de Haifa –pasando por Natanya una de las ciudades con mayor número de atentados terroristas-, para conocer los impresionantes Jardines de Beiha y nos rebautizamos en la frías aguas del Jordán junto a un grupo de rusos.
Cada sol que cayó en esa tierra al atardecer lo guarde especialmente para la posteridad, sobre todo ese que se posa en el Mediterráneo, en la ciudad romana de Cesarea, justo a un costado de su acueducto, con sus muchas caracolas como dice mi colega de Brasil, Eduardo Plastino.
Se que el profe Miguelito de Chile, como le decíamos de cariño, extrañará ese tabaco tan fuerte que le costaba 11 shekels la cajetilla así como a los gatos que abundaban en esas tierras. Se también que Francisco Palomeque de Ecuador extrañará el pan de pita que a diario comíamos, tres veces al día, acompañado de humus. Aunque más extrañaremos la comilona que nos prepararon en la base educacional del Ejército tras reunirnos con sus jóvenes soldados que no temer perder su vida por amor a su patria.
Pero más nos echará de menos el simpático guatemalteco, David Herrera, quién hizo la memoria gráfica de ese viaje inolvidable para todos y que hoy me permite compartir con ustedes en unas cuantas imágenes.

Para el álbum de los recuerdos.
Más allá de la experiencia periodística de conocer un poco de una tierra tan mística y tan lejana en todas sus caras, lo que me traje a México es la calidez de gente como Eran Landau, Sergio Green o Iuval Rossenberg quienes nos guiaron durante tres semanas por su casa y hasta la cocina de esta: Israel. ¡Toda ravá! (muchas gracias)
Pero también traje conmigo, no en las valijas sino en el corazón, el placer de haber conocido a 30 latinos dedicados a este noble oficio, catedráticos y diplomáticos que hoy son mis amigos. Para mí Israel no es sinónimo de conflicto sino de verdadera amistad.

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