viernes, 27 de diciembre de 2013

El poder, ¿por el poder?

 
 
 
Por Yamiri Rodríguez Madrid
 
Tan antigua como la existencia del hombre, es la ambición por el poder.   En su búsqueda se han construido imperios y, otros más, han caído.  En la mayoría de las veces, la prosperidad viene de la mano: es el binomio perfecto.
En contraparte, ese mismo poder que construye, es capaz de destruir, de fincar dictaduras en cualquier tipo de régimen, tal y como ha quedado de manifiesto en la historia reciente de los estados latinoamericanos.
Marcun Olson, uno de los principales exponentes de las Ciencias Sociales y de la Economía, estipuló que los individuos racionales y egoístas no actuarán voluntariamente para alcanzar un bien que satisfaga algún tipo de interés común o de grupo, aunque todos saldrían ganando si lo hicieran. La idea anterior se resume en una sola frase: la ambición por el poder.
Este, sin duda, ha sido el fallo de muchos países, el fracaso prematuro de grandes naciones pues, en múltiples ocasiones, ha quedado de manifiesto que pesa más el hambre por el poder que el interés común. Nombres de líderes los hay muchos, y es que hay quienes consideran que el poder –sea mucho o poco-, llega a todos marear.  Un caso concreto es el cubano, personificado en Fidel Castro.
La misma idea se repite en el caso de los sindicatos mexicanos y los incentivos para la actuación.  Por ser núcleos componentes de un Estado, las posiciones quedan más claras y estructuras, los movimientos son más evidentes y, por consecuencia, más aplaudibles o criticables.
Ahí está como ejemplo el liderazgo añejo del líder cetemista Fidel Velásquez o más recientemente el de la maestra Elba Esther Gordillo Morales, quien a través de la organización gremial más grande de América Latina, el Sindicato Nacional de Trabajadores al Servicio de la Educación (SNTE), logró sus objetivos personales por un poder mucho más encumbrado que le permitió ser partícipe de las piezas del ajedrez político a su favor.
Pero el poder tiene sus claroscuros. Una de las principales hipótesis de Olson es la referente al crecimiento económico de las naciones: “aquellas que ha eliminado los coaliciones distributivas mediante los gobiernos autoritarios o la ocupación extranjera crecerán relativamente más rápido después de que se establezca un marco legal libre y estable”.
De lo anterior un claro ejemplo es Chile y su pujante economía.  Después de décadas de dictadura bajo el puño del general Augusto Pinochet, hoy dicho país sudamericano se ha consolidado como una de los estados líder cuya economía boyante viene pujando en los mercados internacionales.
Se trató, de una dictadura estable, que contrario al caso cubano, favoreció el crecimiento del Estado.  Lo mismo sucedió en México durante el porfiriato, pues en los 30 años que estuvo en el poder dicho Presidente, la prosperidad y el crecimiento económico llegaron a la nación azteca.  Tal crecimiento, a esa escala, no ha podido ser repetido en décadas.
Otras cartas están sobre la mesa, como por ejemplo el caso de Venezuela y su aún
¿Vendrá un vertiginoso crecimiento o una esclerosis económica para los estados?, ¿dictadura o democracia?, a mi juicio, el rumbo que toma cada estado depende de los intereses de quienes están al mano y del cómo la propia sociedad funcione como un mecanismo regulador de dicho poder.
Max Webber decía que el poder es la capacidad de imponer la voluntad de uno sobre los demás. Más allá de los grupos estrechos o incluyentes de los cuales habla Olson, es parte de la naturaleza humana actuar en la búsqueda de la satisfacción de un interés personal.   Sin embargo, son los propios grupos los que en muchas ocasiones llegan a regular los liderazgos, ya sea acotándolos o engrandeciéndolos.
Sin ir más lejos, en nuestro propio entorno, Xalapa, vemos que muchos políticos son movidos por un interés personal y no por el bien común: ¿Cuántos diputados federales veracruzanos no hay que desde que ganaron no han regresado a su distrito, mucho menos a esas colonias marginadas a las cuales fueron a pedir el voto?
Desafortunadamente hemos sido testigos de que no sólo en México, sino también en muchos otros países, los intereses personales pesarán siempre más que los colectivos, dándose estos ejemplos hasta en los más pequeños detalles: sacando la basura a la esquina del vecino porque en mi fachada se ve muy fea; si el cruce indica que el paso es 1 por uno intento ganarle al otro automovilista porque yo llevo más prisa o bien, como dice una frase desafortunadamente célebre: primero yo, después yo y a lo último yo.
Aunado a lo anterior, el desarrollo económico no se puede conseguir como una receta de cocina. El poder –creo yo-, es también una cuestión de educación, un sistema de vida como lo es la democracia.
Bien lo decía Thomas Hobbes: “el hombre es el lobo del hombre”.
 
Twitter: @yamirirodriguez

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